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lunes, 21 de septiembre de 2015

“No te acerques ni te arriesgues”, una orden al Ejército el 26 de septiembre

Las declaraciones del teniente Joel Gálvez y del soldado Eduardo Mota a la Procuraduría General de la República muestran el conocimiento y la omisión que tuvo la inteligencia militar el día de la tragedia.
 
  
Las declaraciones de dos miembros de la inteligencia militar, a las que tuvo acceso el diario El País, revelan cómo el 27 Batallón de Infantería, con sede en Iguala, y su cuartel general, en Chilpancingo, recibieron información de primera mano del trayecto de los estudiantes de Ayotzinapa hasta el momento del ataque en su contra. Pese a ello, los militares mantuvieron distancia y dejaron que la Policía Municipal se encargara de los jóvenes. “No te acerques mucho ni te arriesgues“, le dijo un oficial de inteligencia a un agente en uno de los ataques.

El diario español recuerda el convulso episodio ocurrido hace casi un año, en el que la Policía Municipal, a las órdenes del cártel de Guerreros Unidos, desató una persecución que sumió Iguala en el caos.

“Los comercios cerraron, los vecinos se refugiaron en sus casas. Durante la caza dos estudiantes murieron a balazos, otro fue desollado, y tres personas ajenas a los hechos fueron tiroteadas al ser confundidas con normalistas. Todo, sin que los militares intentaran impedirlo”, indicó el rotativo.

El periódico apuntó que el flujo de información partió del denominado C-4 (Centro de Control, Comando, Comunicación y Cómputo), un sistema de coordinación de seguridad en el que también participaba la policía estatal y federal. Desde ahí, un sargento mantenía al tanto al oficial de inteligencia, quien a su vez ponía en conocimiento a su superior, el coronel José Rodríguez Pérez, y al cuartel central de la 35 zona militar, al mando del general Alejandro Saavedra Hernández.

El teniente Joel Gálvez, según su relato, recibió al menos nueve llamadas. En la primera, el oficial ordenó al soldado Eduardo Mota, encargado de comunicaciones y encriptación, acudir a uno de los focos de tensión, a pocos metros de la central de autobús, donde la Policía Municipal rodeaba un transporte repleto de normalistas e intentaba someterlos mediante gases lacrimógenos y amenazas. Los que se rendían quedaban tendidos boca abajo.

El agente de inteligencia tomó fotos y, tras ser conminado por su teniente a no acercarse, regresó a su batallón. A partir de ese momento se sucedieron las llamadas del C-4 y también las peticiones de ayuda de ciudadanos. Los militares, bajo órdenes del coronel, empezaron a patrullar la ciudad. Acudieron a los sitios donde se habían refugiado por decenas los normalistas, entre ellos, el Hospital General y la Clínica Cristina, se toparon con heridos graves, alguno al borde de la muerte, y escucharon los relatos del terror (Leer: “Sáquenme de aquí, no aguanto más”… la intervención del Ejército en Iguala).

En el recorrido militar por la ciudad se encontraron, primero, con dos estudiantes tiroteados a los que ni siquiera se acercaron. Luego, vieron el ataque al autobús del equipo de fútbol Los Avispones, que la Policía Municipal confundió con normalistas. También descubrieron el rostro desollado y sin ojos del estudiante Julio César Mondragón.

Hasta ahora, fuera de la investigación de la PGR, los militares no han sido interrogados por estos hechos, pese a que lo han solicitado los padres de los normalistas e incluso el grupo de expertos de la CIDH, quienes investigaron los hechos durante 6 meses y concluyeron que los estudiantes no fueron quemados en un basurero de Cocula -municipio vecino de Iguala- como había establecido la autoridad federal.


(Información de Aristegui Noticias)                                                         




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