TAN SOLO EL PASADO FIN DE SEMANA 21 PERSONAS FUERON EJECUTADAS EN LA PERIFERIA DE MONTERREY
Paula Mónaco Felipe. Corresponsal en Ciudad de México
México tiene a su primer gobernador independiente. Sin valerse de ningún partido político, Jaime Rodríguez Calderón, ‘el Bronco’, obtuvo el 48,86% de los votos en las elecciones del 7 de junio y es el nuevo conductor del poderoso estado de Nuevo León, el polo industrial del país.
Décadas de bipartidismo quedaron sepultadas en estos comicios tras el triunfo ‘del Bronco’, que fue holgado. Para el activista Jesús González Ramírez, las razones son más profundas que el hartazgo de la clase política, que también existe en diversas regiones de México. Hay mucho más que simpatía por un hombre informal que monta a caballo y habla con franqueza.
En Nuevo León y más aún en su capital, Monterrey, “hay un germen que va creciendo. La gente se rebela”. En su libro de reciente publicación, ‘Primavera regia pospuesta’ (Multiforo Cultural el Puente, 2015), González Ramírez señala que el proceso inició en 2010.
Desde entonces, la sociedad muestra “intentos para caminar en sentido contrario a la descomposición actual, intentos que tal vez no hayan triunfado totalmente pero su existencia es ya una pequeña victoria”. Enumera ejemplos concretos: la lucha por salvar al bosque La Pastora, el surgimiento de organizaciones de familiares de desaparecidos y la presencia de cada vez más defensores de derechos políticos.
Movilizaciones, colectivos y espacios alternativos no siempre tienen continuidad, pero en su lectura dejan sedimento. Son el antídoto que ha ido “liberando” a los ciudadanos de lo que él llama “el chip regiomontano”.
A fines de los años 80 y comienzos de los 90, “la tríada empresarios-Iglesia-políticos necesitaba una manera de control social” para contener a guerrillas y grupos de resistencia con varias décadas de historia. Crearon entonces el “chip regio”, una especie de precepto que re-definió y caricaturizó a los ciudadanos de Nuevo León, “una visión chauvinista que los asoció con carne asada, fútbol y cerveza”.
Hacia fuera, el orgullo impostado hizo que los neoleoneses se sintieran aparte del resto del país, los enfrascó en un regionalismo sin asidero político ni cultural, y hacia dentro de su propia sociedad instauró una noción de ciudadano “triunfador” que implica delegar derechos. Los regiomontanos pasaron a caracterizarse como despolitizados, apáticos, posmodernos e individualistas. Y su estado, tierra de empresarios y grandes capitales, utilizado “como laboratorio de la supuesta entrada al primer mundo que nos prometió el expresidente Carlos Salinas de Gortari al firmar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1988-1994)”.
Una burbuja irreal, dice González Ramírez, que se deshizo en el año 2007 cuando la violencia pegó de lleno al estado. Secuestros, extorsión y asesinatos crecieron exponencialmente, se generalizaron en el marco de la llamada guerra contra el narcotráfico. Con 5 mil ejecutados y cerca de 10 mil desaparecidos, balaceras en barrios que se transformaron en tierra de nadie, en Nuevo León “se perdió el estilo de vida y se hizo evidente que la publicitada paz social era mentira”.
“Además, los supuestos pilares de la sociedad se equivocaron a la hora de responder. Las empresas no hicieron nada y la Iglesia reaccionó únicamente como contención. Atinó en su respuesta aunque no fue valiente”.
Paradójico y esperanzador a la vez, cuando más la golpearon, mayor fue la respuesta de la sociedad regiomontana. Hombres y mujeres de carne y hueso, ciudadanos y víctimas dolientes, dice el autor, fueron quienes despertaron para comenzar a arrancarse el chip.
El sacudón inicial fue el asesinato de Francisco Arredondo y Jorge Mercado, alumnos sobresalientes del Tecnológico de Monterrey, una universidad privada de alto costo. Siguieron grandes movilizaciones donde la sociedad se re-encontró detrás de banderas como el repudio al atentado contra un casino, que dejó 52 muertos, y la denuncia pública de los dolores hasta entonces privados, el surgimiento del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, organización nacional de familiares de víctimas desaparecidos, asesinados y ejecutados. “Fue el momento de reconocernos. Fue muy fuerte y yo estaba ahí”.
Más que un planteamiento académico, el texto es un recuento de experiencias como ciudadano y activista, integrante de Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos de Nuevo León (FUNDENL). Su objetivo, testimoniar los logros pero también aprender de los errores. “Porque ahora la guerra continúa. Han bajado los enfrentamientos en el área urbana de Monterrey, pero en general seguimos sufriendo desapariciones, extorsiones y asesinatos. La única diferencia es que ya no figuran en los medios porque el gobierno del estado destina un presupuesto de miles de millones de pesos para direccionar a la opinión pública”.
Tan solo el pasado fin de semana, 21 personas fueron ejecutadas en la periferia de Monterrey: 10 hombres en una cervecera del municipio García; 4 jóvenes en San Pedro, uno de los municipios más ricos de México; 3 mujeres –una menor de edad- y un hombre en la popular colonia Independencia; y otras 3 personas también asesinadas.
Detener la violencia es urgente, advierte Jesús González Ramírez, pero también arrancar por completo el chip, para cimentar una sociedad resistente.